La ética y los códigos deontológicos
Tan fácil y tan difícil. Cuando hablamos de ética profesional, técnicamente estamos hablando de la utilización de los códigos éticos, que no son más que una compilación de las normas y reglas de conducta que determinan el comportamiento ideal o más apropiado para un grupo específico de profesionales. Los preceptos de este código son una serie de normas explícitas que habría que aplicar sin más. Pero dentro de ese código también existen varios tipos de normas implícitas inherentes al grado de cualificación, formación y preparación, que ya de por sí tenemos por ser profesionales. Son normas que se sobreentiende que toda persona que llega a un grado de profesionalidad determinado debe poseer, y que se vinculan directamente con la capacidad para alcanzar el criterio suficiente sobre lo que se debe o no hacer en el trascurso de una vida profesional. Luego hay una serie de normas implícitas que en mi opinión son las más importantes, que son las que nos vienen “de serie”, como digo yo, y que son aquellas basadas en principios y valores que nos han trasmitido nuestros mayores en casa; aquellas que nos han enseñado a ser persona, partiendo de la base de que antes de ser buenos profesionales debemos ser buenas personas. Solo bajo estos principios podremos ser mejores profesionales, pues llegados a este punto debería resultar sencillo aplicar constantemente la ética profesional a nuestro día a día en la profesión. Bastaría con ser capaces de incorporar esos principios a nuestra actividad en los despachos. Sin embargo, observo que esto no esta siendo tan fácil de aplicar, no tanto cuando se trata de adaptar esos códigos éticos y deontológicos en el trascurso de la profesión con nuestros clientes, sino con nuestros compañeros.
La palabra compañero viene del latín (comedere y panis), que significa “comer del mismo pan”. Pero lejos de compartir el mismo pan, nos inclinamos por percibir a nuestros compañeros como rivales, como la competencia. Y en ese momento parece que el hecho de tener que ganarnos “nuestro propio pan” justifica los medios y, por tanto, determinados comportamientos que en su conjunto y aplicados en mayor o menor medida por todos, perjudica notablemente a la profesión en general.
Es entonces cuando de forma reiterada y amparándonos en normas de la libre competencia dejamos de aplicar la ética con el afán de acaparar mercado dentro de la profesión y, en muchas ocasiones, cambiar lamentablemente “profesionalidad por dinero”. Porque al final nadie da ‘duros a cuatro pesetas’, y para dar salida a un volumen desbordante de trabajo sin poder contar con los medios suficientes para obtener ganancia, hay quien encuentra como vía de escape saltarse las normas. Incluso las que no están escritas; las que están implícitas y son de sentido común.
Las Gestorías Administrativas (gA) son despachos profesionales y es muy difícil poder encontrar un equilibrio entre despacho profesional y negocio. Pero aún así, creemos que debe prevalecer ese código ético de conducta para que no se pierda nunca la esencia de la apasionante profesión que vivimos. Ese código ético de conducta es lo que permite que brille nuestra faceta profesional por encima de nuestra vertiente de negocio.
El que cada individuo, cada gA, tome conciencia de la importancia de la profesionalidad basada en la “limpieza del juego” y en el cumplimiento de las normas y los códigos éticos, es fundamental para la buena salud profesional del colectivo.
Estefanía Hernández Pérez
Presidenta del Colegio de Gestores Administrativos de Santa Cruz de Tenerife
Presidenta del Consejo Autonómico de Colegios de Gestores Administrativos de Canarias
*Artículo de opinión para la Revista del Consejo de Gestores Administrativos